Agrupación Belgrano

viernes, octubre 06, 2006

II Foro Internacional de la Hoja de Coca en la Facultad de Cs. Economicas UBA

Quizá el 6,7 y 8 octubre de 2006 los habitantes de Buenos Aires descubran que su ciudad es centro del II Foro Internacional por la Hoja de Coca. ¿Por qué acá?, se preguntarán, olvidados o ignorantes de que un millón de argentinos son indígenas y otro buen porcentaje tenemos sangre india en las venas. La argentina Aymara Falcón, artista plástica descendiente del pueblo que le dio su nombre y actual residente de Perú, es la mediadora-promotora de ese evento que se teje con la paciencia y el cuidado de un abrigo andino.
En medio del pasaje de un milenio a otro, Aymara Falcón dejó Argentina, su país de nacimiento, y se fue a Bolivia a participar de un Inti-Raymi. Con ancestros guaraníes y aymaras, hacía tiempo que se había descascarado la crianza de un abuelo francés que la obligaba a hacer la venia a los cuadros de Aramburu y renegar de Perón y los indios, o sea de ella misma, y se había reconocido en esa cultura de la sangre que la hizo tejerse la trenza de mujer indígena.
Caminando las calles de La Paz, vio a los yatiris (curanderos) que leían las hojas de coca sobre el polvo seco del altiplano. Se resistió. A pesar de haber dejado hacía tiempo Argentina, de haberse soleado en los valles chilenos, y de reconocer que su destino estaba en la tierra y el cielo aymara, ella, que llevaba el mismo nombre de su pueblo, descreía aún de los designios que pueden leerse en los lugares más insólitos. Finalmente se animó, se sentó en la tierra frente al hombre y pidió que le fueran develados los misterios. El yatiri la miró y le dijo “Hermana, nunca vas a poder dejar de caminar. Los que tenemos trenza tenemos la misión de caminar.” Ella lloró. Ya había pasado un abismo y esperaba que no tan lejos le llegara el reposo, un nuevo compañero y una vida serena. El yatiri le respondió: “Vos podrás desear lo que quieras, pero Viracocha te pide otras cosas. Tu destino es difundir nuestra cultura, caminar y contar.”
Aymara tragó saliva, la misma que tantas veces había enjugado con sabor a coca, y se entregó. Partió al Amazonas, vivió en una comunidad con la que hizo rituales de ayawasca, tuvo visiones de un cactus con pulpa más rosa que el melón –una variedad del San Pedro que desconocía pero descubriría más tarde en Catamarca- y poco después fue llamada por su maestro, Agustín Guzmán, un curandero que lidera en Perú la Comunidad Tiwantisuyu, para dirigir una escuela de arte en el Amazonas. Aymara se preguntó por qué, habiendo tantas y tantos artistas plásticos peruanos, Guzmán la había elegido a ella para entregarle el sueño de sus visiones de niño. Se respondió que el maestro sabría y en el 2004 se internó en la selva.
En abril del 2005 participó del I Foro Internacional de la Hoja de Coca. Una semana de Paz con la Coca, realizado en la Universidad de San Marcos, Lima. “Y aunque traté de poner distancia, ya no pude. La defensa de la hoja de coca me tomó por completo, me lleva y me lleva.”
Aymara tiene 52 años, el pelo canoso, la trenza a un costado de la cara y los rasgos indígenas. Está sentada en un bar porteño tratando de explicar, con la brevedad que imponen los tiempos urbanos, de qué se trata esta defensa de la hoja de coca que se eleva como clamor desde las entrañas de los Andes y que está logrando una inesperada legitimación con la victoria del ex campesino cocalero Evo Morales en Bolivia.
Si Perú, Bolivia y Colombia vienen liderando hace años una defensa –Aymara prefiere esa palabra en vez de lucha, aunque sus hermanos sí hablen de lucha porque 500 años de exterminio y explotación les hicieron entender que no hay otro método- de la hoja de coca como medicina y alimento, la victoria de Morales los alienta en una huella que ellos ven como un gran proceso de transformación cultural, más cerca de los ciclos cósmicos de los dioses que de las coyunturas socio-políticas.
Mama Coca
La Mama Coca no es tan importante para los andinos como la Pachamama, pero está cerca. La tierra les da alimento, cobijo, movimiento. La coca les permite estar activos a miles de metros de altura, trabajar aún si no hay comida, alimentarse, curar enfermedades, y los acompaña en sus rituales sociales y religiosos.
“La planta de la coca es un espíritu femenino –dice Aymara, que también cuenta que aprendió a ser mujer en medio de los campesinos chilenos, que en la urbanidad porteña tenía muchas ideas pero nada visceral, que eso le llegó con la tierra seca del Valle del Elqui chileno, en medio de los cultivadores del pisco-. Hay una vieja leyenda cristiana que dice que la planta surgió porque era ligera de cascos y por eso fue castigada y partida al medio, una parte se fue al aire y otra a la tierra donde creció. Es una planta que no se ingiere antes de los 18 años, porque se considera su chajchado (mascado) un rito de pasaje que debe ser realizado después de tener relaciones sexuales con una mujer.”
La defensa de la Mama Coca es la de una cultura y su historia. La hoja de coca fue arrastrada en la ciega y sorda arremetida penalizadora contra las sustancias psicoactivas liderada por Estados Unidos desde comienzos del siglo XX. En las distintas convenciones internacionales de la ONU que fueron marcando los hitos prohibicionistas, quedó penalizado el principio psicoactivo de la hoja de coca, con el que se realiza la cocaína. Pero la planta tiene múltiples y ancestrales usos que ninguna ley trunca en el altiplano. La gente la mastica para trabajar o simplemente andar, toma té de coca, la usa como anestésico, para los dolores de estómago, para hacer panes y tortas, para prevenir la osteoporosis (el último furor entre las mujeres ricas), y está presente en la mayoría de los rituales religiosos.
Los primeros registros del uso de hoja de coca en América, desde Argentina y Chile hasta el Caribe, tienen 6000 años y se refieren fundamentalmente al chajchado, que no es exactamente la masticación sino la ingestión de la saliva que se mezcló con la planta. El chajchado fue históricamente usado por los pueblos indígenas para nivelar la vida en las alturas. “No es algo que te ponga guau, pero sí te quita el hambre. Por eso los indígenas trabajaban como bestias en las minas de Potosí. Y ése es un dolor que no se termina y que se siente en cada cosa que ves en esa ciudad –dice Aymara y lo dice toda ella: los ojos achinados, la trenza gris, la bijouteríe artesanal, la voz que cambia el tono y la cadencia-. Ir a Potosí es terrible. Es ver el despilfarro de Europa a costa de la sangre de nuestro pueblo.”
El polo andino
Quienes encabezan en este momento la defensa de la hoja de coca en el continente son organizaciones no gubernamentales y líderes políticos de Perú, Bolivia y Colombia. “La defensa es desde lo ancestral y cultural porque la coca es parte de nuestra medicina tradicional y de nuestra cotidianeidad –dice Aymara-, pero también desde lo económico porque muchos de los campesinos de nuestros países, que no pertenecen necesariamente a los pueblos originarios, viven de este cultivo.”
Ecuador, situado estratégicamente en el medio de este polo cocacolero tiene una historia tan arraigada de prohibicionismo que si no fuera porque hay registros arqueológicos del uso de la planta entre los indígenas, las autoridades habrían borrado de todo mapa cultural y libro de historia o biología la presencia de la planta. Sumado a esos vestigios innegables, el norte del país está siendo paulatinamente invadido por los campesinos colombianos que cruzan la frontera para evitar la fumigación de sus cultivos.
El chajchado no está penado en ningún país andino. Incluso hay té que se fabrica para exportación y en Perú están surgiendo pequeñas empresas de panificación. Sin embargo, en ese país, el Estado ejerce el monopolio de la comercialización de la hoja de coca a través de una empresa que les compra a los campesinos y les vende a las farmacéuticas y a Coca- Cola. Y, por otra parte, existen en la región millonarias y reiterativas campañas que intentan incorporar en la población la idea de coca=cocaína, un concepto falso comprobado por estudios científicos que sostienen que, consumida la hoja de coca por vía oral, las concentraciones de cocaína en la sangre nunca sobrepasan los 5 nanogramos por litro, dando solamente un efecto energizante y de supresión del hambre y la sed.
La victoria en las elecciones presidenciales de Bolivia del indígena y ex campesino cocacolero Evo Morales trajo aire y más ímpetu a esta “defensa” de los pueblos andinos. Morales ya anunció como un punto central de su plan de gobierno la legalización de la producción de la hoja de coca.
Mientras tanto, las organizaciones no gubernamentales se proponen realizar el II Foro Internacional de la Hoja de Coca en octubre del 2006 en Buenos Aires. Para eso retornó Aymara Falcón a la ciudad en la que vivió tantos años y en la que habitan su hija y su nieta. ¿Por qué Buenos Aires si en Argentina no hay un compromiso con la bandera que ella levanta? La respuesta debería empezar con la aclaración de que Argentina no es sólo Buenos Aires y que en el noroeste se chajcha como en Bolivia o Perú.
Después, lo dicho por esta lidereza informal que cruza siempre las mismas fronteras para nunca terminar de descubrir: “La mejor hoja de coca de Bolivia viene al norte argentino. La gente la compra para mantener sus rituales y usos medicinales. Pero además, hay un fatal desconocimiento del tema en una parte de la región, ya que Uruguay y Paraguay no la usan, en Ecuador se la erradicó, y Argentina permite el uso regional pero con una legislación ambigua, y además es un país que tiene casi un 60% de sangre indígena escondida, camuflada. Sentimos que la mejor forma de quitar el manto de confusión que cubre a nuestros pueblos de origen es presentar en este ‘moderno Virreinato del Río de la Plata’ una semblanza de lo que fueron nuestros pueblos, su cultura y su medicina. Necesitamos recuperar nuestra memoria de modo de ejercer nuestro de derechos, y necesitamos que la comunidad científica se interese en promover estudios bien fundamentados sobre las bondades medicinales y nutricionales de la hoja de coca… ¿Qué mejor que Buenos Aires para todo eso?”